por Mónica Muñoz
«el infinito ataca, pero una nube salva»
René Char
Buenos Aires, mayo de 2020, Covid-19. No salimos de casa y nuestras ventanas son como cuadros de Edward Hooper. Ha ganado espacio el cantar de los pájaros y el gallo de mi barrio tiene nuevo público.
Las nuevas tecnologías permiten algunos avances, susurros comunicables, respiraciones entrecortadas. Estamos licuados en un azul de ficción. La expresión contexto pandémico vuela a diestra y siniestra e intenta apresar un argumento sobre el paisaje de este tiempo, mas no lo consigue. De tanto trapear el vacío ha perdido sus límites.
Hacemos un esfuerzo de poesía para cambiar el aire tejiendo lazos por donde circule la vida. En nuestro caso dialogamos vía mail con el poeta y dibujante Emiliano Bustos.

Nacido en Buenos Aires en 1972, ha publicado Trizas al cielo (1997), Falada (2001), 56 poemas (2005), Cheetah (2007), Gotas de crítica común (2011), Poemas hijos de Rosaura (2016). También compiló la obra poética y periodística de Miguel Ángel Bustos, asesinado en 1976 por la última dictadura cívico-militar (sobre dicha compilación puede leerse en esta misma revista en la Sección Números Anteriores, Dossier N° 1, Miguel Angel Bustos. Sus dibujos fueron expuestos en el Centro Cultural Borges de la ciudad de Buenos Aires en muestras de los años 2013 y 2016.


Las hojas del almanaque de la cuarentena estimulan la imaginación. De hecho encontramos una gran variedad de escritos construidos a partir del COVID-19 y conformando un peculiar hipertexto que -suponemos- será oído y analizado durante mucho tiempo pasada las cuarenta. Le preguntamos a Emiliano si la pandemia incidía en su manera de crear.
-En tiempos de peste es bueno pensar en otras pestes. La de fiebre amarilla, en 1871, la de gripe española, en 1918 y 1919. Un estudio de Adrian Carbonetti sobre esta última en la Argentina permite ver que su impacto fue en los más pobres, igual que ahora. Escribir y leer en ese contexto. Intento leer todo lo que puedo. Supongo que la escritura se modificará, pero es cuestión de tiempo.


Pero no todo fue hablar del Covid-19. también conversamos sobre su creación poética.
-Como poeta voy hacia dónde puedo ir, que es más o menos adonde me llevan mis lecturas y experiencia. Me parece bueno que esas dos cuestiones vayan de la mano, porque en definitiva las dos construyen la escritura. Intento reconstruir hechos y lugares precisos con la tolerancia del borrador.
A continuación publicamos poemas de Emiliano Bustos y también imágenes de sus dibujos.
Las creaciones de la peste
Como el resto de las calles, hay una nube de polvo que cubre los autos, las puertas. No conozco a los que abren las puertas A, B, C. Somos vecinos pero trabajamos sin tregua. Trabajadores infelices que llegan a casa cuando todo está cerrado. Como en el resto de las calles, mientras crujen las puertas entran y salen trabajadores. Nada de muros, todos estamos en el mismo cuarto. Las creaciones de la peste. Las leyes no nos protegen si llegamos temprano a nuestras casas y en todo ese tiempo no hacemos nada. Tiempo es dinero. Como en el resto de las calles el que supura muere. Estos muros no pueden empolvarnos hasta la muerte. ¿Estos muros visten a los dioses? Cuando la peste sea derrotada tenemos que sentarnos en una esquina cualquiera, alguno de nosotros mostrará una guillotina, no es mucho pero… Estamos entre paredes y nadie habla con nadie. Las creaciones de la peste impiden cualquier plan. Ni el mar llega tan lejos. Somos trabajadores y la muerte nos espera, ¿por qué le temeríamos a la peste? Es cierto, las paredes crujen porque sí algún día. Es cierto. Terriblemente cierto. Pero primero, todo este trabajo sin tregua. Como en el resto de las calles.

El ciprés de la calle Chirimay
(Arte poética)
La luna no está en su lugar desde hace
mucho tiempo. ¿Quién me puede ayudar
en esta calle? Pensemos en el pasado. Los
edificios nos ayudan. ¿Siempre vamos a
pensar en el pasado? Tener los gestos
musicales para irrumpir en el presente.
¿Seguís pensando en los tipos inteligentes
que pueden atravesar la niebla? Escritores
en su mundo, acompañados por una música
celestial, funden sus manos en al amor y todo
se acomoda. La luna no está en su lugar desde hace mucho tiempo:
encontrar una frase perturbadora, que lidere la opinión sobre las frases
perturbadoras. En esta calle Chirimay hay un ciprés que crece como una
aguja. Desde que doblo por Rivadavia veo su perfil. Pensemos en el pasado,
la calle Chirimay nos ayuda. ¿Hay alguien más? La calle es angosta y las
casas sólidas. Mi abuelo, vestido como Olivari, tiene las mismas dudas pero
prepara una sangre que conozco. ¿Qué árboles había en esta calle?
Mientras él pasaba un escritor hablaba con un gato. Un alto en la disputa
Florida-Boedo. Hoy los escritores no sé qué, no sé cuánto. Me gustaría
encontrarme con mi abuelo en esta calle. Apoyado en el ciprés, espera a
alguien. Nadie dude que puedo hablarle a alguien que espera en mi
cabeza. Los escritores no hemos sido lo suficientemente arrasados como
para perder esa ventana de marcos dorados hacia ningún lado. Lejos de
explicar a los escritores y sus calles, el evento es la sangre y la realidad que
pueden disolverse.
Mi hijo blande un serrucho desde algún lugar.
El pasado puede ayudar, los ladrillos de esas
casas son de oro, pero los que pasan junto
a mí no ven a mi abuelo apoyado en el ciprés,
me ven hablar solo. Busco un escritor, un
gato y una música celestial. Mi hijo corta
mi arte poética. Mientras camino, nadie va
a registrar una órbita que no existe. Oh,
pasado, la luna no está en su lugar desde
hace mucho tiempo.

El puente generacional te ve temblar
A partir de un poema de Julián Axat.
¿Quién teme? Las ramas, por las ramas sin paz corre espesa nuestra historia. En una hoja. Correr no cambia las cavilaciones del muerto, tus huellas en el piso duro. Podríamos arrancar esta porcelana de una vez, como hicieron ellos al cruzar. Las tacitas de sus cerebros de té. El puente generacional te ve temblar, corazón. ¿No es demasiado? Eso es lo que quiero decir y recordar.

El corredor que pasa
El corredor no asume la mortalidad de las
cosas que lo rodean y que lo van a suceder.
Las piedras, los ríos, lo que tira de la cola de
los muertos. No es idiota hablar de estas
cosas. En el fondo de la piel tiene que existir
ese fracaso hacia el que todos corremos. Puertas de azúcar que vuelan con el viento,
es fácil salir a correr. El corredor no asume la inmortalidad de correr una
vez más. Los ríos y las piedras, como desilusiones de matriz,
repiqueteando sobre una mesa, como la lluvia a la intemperie. El corredor
no asume la inmortalidad de sus actos. Apenas respira apenas respira
mientras corre. Ya no es joven. Podríamos decir que ya no es joven. Antes
corría porque sí, ¿pero ahora? El corredor que pasa es momentáneamente
más alto que las piedras. Es un corredor que ahora se viste así, recuperado
por los besos, por una sangre a la deriva. El último romántico que corre y
hace crujir el camino como un bien. El pequeño tesoro de la ruta. Y que
todo explote. No hay que ser tan delicado y decir cosas como
“pequeño tesoro de la ruta”, porque nadie escucha esas pequeñas historias
de corredores. Esas pequeñas manchas junto a los conductores que crecen
cuando se bajan en algún lugar del camino. Como si nadie pudiera correr
un poco más, ¡un poco más! Inmortal, un poco más.
Tiranía y fotosíntesis
Camino con mi hijo, ojalá sus manos
recibieran las hojas del destino. Pero
los tiranos se arrodillan en la calle y
cuelgan sus brazos de las fachadas
y rompen los vidrios y despiertan a
nuestras madres muertas. Ojalá tus
manos, que tiran del sol, me dejaran
ciego. Pero son tiranos los que duermen
como si conspiraran. Es difícil ser padre
es difícil ser hijo y tirano. Hablemos,
querido mío, del laboratorio del que
venimos, de las hojas, inseguras,
futuras.
Como escuchar que todos corren hacia algún lado
No se escucha la música de los vencedores detrás de la puerta. No hay gritos ni corridas. A partir de este silencioso velo romántico los ruidos llegan, en verdad como si no llegaran. Amor y silencio. Como escuchar que todos corren hacia algún lado, en el medio de la gente que corre, la cabeza es una ráfaga y también fluye. Todos corren, es bueno
decirlo. Todos, del sur al norte, entre el este y el oeste. Y hay un sonido y hay unas voces que conversan, las de los vencedores que corren, pero es imposible escucharlos. La imborrable carrera de los vencedores. Tus ojos miran hacia cualquier lado mientras todo el mundo corre. No es un idioma desconocido el idioma de los que corren, sin embargo, el viento diluye las palabras, por momentos las acerca hasta tus pies, creés que podés agacharte y encontrarlas, porque hay algo que las hace visibles, pero el viento fluye y derrama las cosas y lo que alguien dice –lo que se dice- en otro lugar. Podría decir que todos corren hacia ese lugar. Detrás de una puerta, es cierto, difícil es saber hacia dónde corre tanta gente. Y es tanta la gente que corre. Gemas de tiempo que se oxidan a medida que avanzan, unos metros, nada
más. La vida pasa tan rápido. ¿Podemos escuchar a los que pasan corriendo y al final del camino son premiados por alguien que no vemos? Puntitos tan disueltos, vestidos de negro, yéndose del mundo. No es personal, no puedo culpar de nada a los que corren contra todo y contra todos. Alguna vez hice lo mismo. Correr y ver dispersada mi vida en el viento. Tampoco puedo pensar que es el fin de la esperanza. Terminan demasiados trenes en esa estación, y este es un lugar muy pequeño, aunque, ciertamente, atravesado por
demasiados corredores que hablan en un idioma apenas conocido. Por el norte y el este, desde el oeste pisan románticos el verde camino. Corren hablando y abrazados, aunque me oculte detrás de la puerta puedo
verlos, incansables, por algún tiempo tan extraños a la muerte. En realidad no vemos dos razas separadas, fuimos ahogados por el mundo y algunos, entonces, corremos. Otros, como puedo ser yo (aunque nunca se sabe) no muy lejos entreabrimos puertas y ventanas
para ver el paso de tanta gente que habla como si no hablara. Podríamos entender, intentar entender el tipo de grieta que separa a los que corren de los que no corren. Cada uno de nosotros es un cadáver invisible; no podemos corregirlo ni mirarlo ni escucharlo. Como durante tanto tiempo, ahora prefiero quedarme quieto en un lugar y pintar mentalmente a los que corren con sangre de mi juventud, tan apasionada, miserablemente
sola, roja. Que nadie se entere que corro del mismo modo, hacia el mismo silencio.
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