Vejeces femeninas y estereotipos

Por María Luisa Maneiro                                                                                          

 …La que dice desearme

                                                                                                ¿dice verdad?

                                                                                               Qué  puedo ofrecer a sus ojos:

                                                                                                Dímelo vieja Safo

                                                                                                Y estaré y estaremos contigo. 

                                                                                 Emma Barrandéguy, Poesías  completas, Ed. del Copista, 2009.

                       

Una diferenciación simple con implicancias complejas

Femenino, asignación de sexo a partir de un orden biológico binario. Judith Butler, interpretando a Simone de Beauvoir, dice: “Una nace su sexo, pero llega a ser su género. ”. Nacer femenina, que te apoden chancleta, marcó y  aún sigue marcando para  muchas mujeres  un modo de transitar la  vida. Formas de ser nena, adolescente, jovena, mujer adulta y, finalmente, vieja. ¿Qué es una chancleta?, ¿qué implicancias socioculturales tiene  para la recién nacida  esta  nominación? Sello, marca, imposición de reglas, espacios y expectativas de logros. Su lugar será el  ámbito doméstico; en tono irónico, despectivo o en sentido figurado, inepta para ciertas cosas, sólo apta para las prefijadas. Palabras cargadas de peso y sentido para ir conformando la niña suave, dócil, pasiva y sumisa. La adolescente en latencia, a la espera de lo por-venir en la juventud y la adultez. El matrimonio o una pareja sexual para procrear, ejercer la maternidad, velar por la prole; de optar por estudios  o trabajo, elegir profesiones relacionadas con el cuidado y en el servicio de otros. Con el fin de la fertilidad femenina, se vislumbra la vejez, el retiro de la actividad sexual, la sensación de nido vacío por la ida de los hijos, la esperanza en la llegada de nietos.

El avance de los movimientos feministas de los últimos cincuenta años ha puesto en jaque dicho orden. En gran parte rompieron con estos estereotipos; los decodificaron, develaron la trama de poder que subyacía en esta “normalidad” estructurante de un deber ser impuesto y naturalizado. Avanzaron en el empoderamiento social de la mujer. Al decir de Emiliano Galende, “de  objeto de la dominación masculina, se constituyeron en sujeto de la liberación del dominio patriarcal.” (2001:12). Sus luchas fructificaron  en la reconfiguración de los  modelos de niñez, juventud y adultez predeterminados para  la mujer. Lograron emanciparse de imposiciones limitantes de sus realizaciones personales, conquistaron el  espacio público, rompieron barreras, exigieron derechos, subvertieron mandatos. De un modo paulatino pero constante, fueron ampliando su protagonismo en esferas sociales anteriormente vedadas para ellas: la economía, la política, el saber científico, la cultura y el arte.

«Disociaciones», 2020. Collage de la serie Sueños y Sombras de Rosa Ferrer Reglà. 

Sin embargo, el  denominado proceso  de liberación femenina no ha llegado a las mujeres que atraviesan la vejez. Las ancianas, nombradas a través de  eufemismos: “mujeres de la tercera edad”, “adultas mayores” o, más vulgarmente, “abuelas”, son percibidas y tratadas, en general, como personas privadas de poder personal, social, político y económico. Los feminismos deben  incluir en sus luchas la reconfiguración en la sociedad de los envejeceres de las mujeres. Objetar el estereotipo aún vigente, sumarlas al colectivo reivindicatorio por la equidad de género, reconocerlas como sujetas de derechos es una asignatura aún  pendiente.

A las ancianas  actuales que han conformado su subjetividad, su  identidad de género en base a lo establecido por el orden social patriarcal sólo les queda aceptar lo instituido para ellas o transgredirlo en soledad, ganar espacios atravesando caminos inexplorados, buscar    alternativas que respondan a sus intereses y deseos, en un esforzado intento de elegir y decidir con autonomía cómo vivir la vejez. Me referiré en especial a estas últimas, las desobedientes, en tanto vanguardia de un modo de pensar y actuar el envejecer femenino traspasando lo naturalizado socialmente .

                                             

             Transgresoras

Nidia, cuando la profecía no se autoverifica

Dicen que “la excepción confirma la regla”. Comenzaré, entonces, por un ejemplo de  transgresión del estereotipo de género ligado a las mujeres que atraviesan la senectud. En  Cae la noche  tropical de Manuel Puig, sucede un hecho poco frecuente en la literatura: la heroína es una octogenaria. Durante el devenir argumental, el personaje de Nidia crece en protagonismo y se transforma. Inicialmente expresa una sujeción a las normas y pautas sociales instituidas para una mujer mayor de clase media. En su voz cargada de clichés y lugares comunes, se irá gestando un paulatino proceso de individuación libertaria. Su épica es la de constituirse de forma espontánea, exenta de toda elucubración intelectual o política, en una subversiva cuestionadora del estereotipo asignado desde la sociedad y asumido por su entorno más próximo. Así es como, a contrapelo de los intentos impositivos y apelaciones a la cordura de su hijo y familiares para que se sitúe y obre  como una  mujer anciana, madre, abuela y tía, reinventa su vida en la vejez. Enfrentando las configuraciones sociales cristalizadas, deja Buenos Aires, su familia y se instala en Río de Janeiro con el proyecto de acompañar y ser acompañada por una nordestina abandonada a su suerte.

Nidia, la viejecita puigetiana, es argentina, vive en Buenos Aires, está circunstancialmente en Río visitando a su hermana. Madre, abuela, suegra, tía, actuó hasta los ochenta años según las expectativas de los otros, aceptando las reglas impuestas por la sociedad. Lo que haga de aquí en más pareciera previsible, otra profecía autocumplida. Sin embargo no es así, se rebela y se asume como sujeta protagonista del devenir de su vida futura. Parece inverosímil que acontezca semejante transformación. Aunque Nidia es una personaje de ficción, el texto nos aproxima a cómo se desenvolvió hasta el giro copernicano que decide dar. En base a sus dichos y procederes antes y después de su autodeterminación, me tomaré la licencia de intentar  recrear algunos hitos de su vida, rastreando la incidencia de los estereotipos femeninos construidos por la sociedad patriarcal en su subjetividad de mujer.

La haré nacer en Buenos Aires a mediados de los 40 del siglo pasado, en una familia de clase media. Su ajuar será rosa y blanco, sin celestes. Le regalarán muñecas y ositos de peluche. Sus padres le enseñarán a ser dulce, pasiva, emotiva y dependiente por pertenecer al “sexo débil”. La llamarán princesa, algún día se casará, será madre, cuidará de los hijos, su reino será el hogar, el marido trabajará y proveerá para cubrir las necesidades de la familia. Aprendizaje iniciado  con la socialización primaria familiar: juega a la mamá, a la maestra y a la enfermera; tiene muchas muñecas, pequeñas réplicas de viviendas, set de limpieza y baterí a de cocina. En la escuela le enseñan a bordar y a tejer, en los libros de lectura se siente reflejada: el papá sale a trabajar, la madre se ocupa de la casa, cuida de los hijos; las nenas juegan con muñecas, ayudan con los quehaceres domésticos, son suaves, sensibles, tranquilas, dejan los juegos bruscos o creativos para los varones. En el reencuentro familiar, el padre lee el diario, la madre surce medias, una niña mece en la cuna un bebé y un niño juega con un tren eléctrico; cerca del hogar, la abuela teje.

Estudia piano, el día de mañana será una verdadera dama. Hará el ciclo básico en el comercial del barrio. A ella no le gusta mucho el estudio y el padre dice «las mujeres no precisan más». Al piano le suman corte y confección. Con los quince llegan los tacos altos y el permiso para pintarse ojos, labios y algo de rubor en los cachetes. Como dice la gente: “ya está en edad de merecer”. El cuento de infancia se le cumple, conoce a su príncipe y se enamora. Por suerte es de buena  familia, tiene veinte años, está adelantado en la carrera de contador y en el futuro se hará cargo de la empresa del padre. Un buen candidato. Se encuentran a la salida de misa, van a la confitería, pasean por la plaza, ella lo evita cada vez que él  busca intimar, teme ser considerada una cualquiera, no es una de “esas”. Por un tiempo puertean, hasta que, mediante un pedido de mano formal, le autorizan visitas con días prefijados. La madre o la hermana mayor cuidarán de no dejarlos solos. Cuando el novio se recibe, se comprometen, un año después se casan y Dios los bendice con un varón y una “chancleta”.

Asume la sexualidad de modo pasivo, centrada en la reproducción y la maternidad; dedicada al cuidado de los hijos dirá: luché para «sacarlos a flote” (Puig, 2019:8). Compara  la sexualidad femenina con la masculina; ellas naturalmente son tranquilas, no actúan por instinto, no así ellos. “El hombre es así, Luci, es su naturaleza.(…)En ellos parece que es como el hambre para nosotras.(…) yo comprendo (…) que un hombre al atacarle esa fiebre vaya a una casa pública” (Ibid:31,39). En la primera parte de la novela, la voz de Nidia está encapsulada, su singularidad no aflora. ¿Se producirá una fuga hacia delante? Ella nos aporta un indicio: “¿Por qué será que entre cuatro paredes no puedo estar? Apenas salgo me alivia tanto…” (Ibid:72). Y sale, un buen día cambia el rumbo, le expresa a su hermana: “los de casa (…) andan furiosos porque no quiero volver y estoy sola acá (…) Por suerte, Luci; yo tengo independencia, económica quiero decir, y soy dueña de hacer lo que se me antoja.” (Ibid:141).

No acata la orden del hijo de retornar, “hacé como yo que me emancipé, como dice mi nieto más chico.” (Ibid:152). Sólo Silvia, la vecina psicóloga de Río, la comprende y apoya: “tal vez tendríamos que tomar lecciones de la señora Nidia… yo apoyo la voluntad de independencia de ella.(…) Sus bases afectivas en el presente son otras.” (Ibid:172). La novela nos brinda una última sorpresa en el desenlace. El comisario de a bordo de un vuelo Buenos Aires- Río de Janeiro da cuenta de que una anciana ha sido sorprendida por una azafata guardando la manta de viaje en su bolso. Ante esta situación, considerando la avanzada edad de la viajera, han decidido no actuar, sólo redactan un informe. Paradójicamente, el estereotipo de anciana juega a favor de una Nidia que ha decidido romperlo. Ella y su manta ya están en Río. Hechos de ruptura y rebeldía ante lo instituido  suceden no sólo en la ficción, también acontecen en la realidad, pero no son mayoría. Un caso emblemático de una mujer luchadora es el de Esther Díaz.

                                         

 A coger que se acaba el mundo

 

Este subtítulo  corresponde al  último enunciado de un videomanifiesto de Esther Díaz llamado Basta, en el que exhorta a las mujeres mayores a romper con la construcción social de una vejez asexuada y en retiro a partir de la menopausia. Esther Díaz es una filósofa, epistemóloga, escritora y actriz  argentina de  ochenta y un años . En el 2018, Martín Farina filmó un documental sobre ella, La mujer nómade. En el film, Esther muestra el rostro y se expresa en primera persona.

Sin respetar órdenes cronológicos, se refiere a hechos y sucesos: los estudios de grande, el sentimiento de comenzar a vivir después de los cincuenta, cuando, según lo que tenía internalizado, llegaba la vejez y la muerte de su vida. Situaciones traumáticas en familia, el padre clavando un puñal en el hombro de su hermana mayor, el ocultamiento en el hospital y el rol de chivo expiatorio que le impusieron. El matrimonio, un marido golpeador e infiel, la pretensión de la madre de sujetarla al orden patriarcal. Sentimientos encontrados al pensarse como mujer liberada y disruptiva en cuanto a mandatos culturales. El costo de optar por vivir en la cresta de la ola. La culpa por no haber sido una madre full time acorde a las expectativas patriarcales; el temor a la soledad, la tenaz perseverancia de vivir la sexualidad en plenitud en contravención de  los imperativos socioculturales adscriptos a la sexualidad femenina.

                                                   

Contra viento y marea  

Valiéndome de la imaginación y un poco de la ironía, jugué a recrear la vida de Nidia en sus ochenta años. No me resultó complejo ya que, a hasta esa edad, ella acató las normas y expectativas de desempeño de rol para una mujer en el orden patriarcal. Nidia infringe lo establecido de un modo diferente al de Esther Díaz, se abre de su entorno afectivo primario, sin romper con él definitivamente; crea y se recrea en un nuevo contexto socio-emocional. Sexualmente seguirá pasiva, ha vivido ajena al goce del sexo, su fin fue la procreación. Se rebela a ser manipulada, teme ser una carga, necesita autonomía, quiere ser útil y confía en que aún  puede. Procurará ayudar a una joven marginal desamparada y siente que lo puede hacer.

Esther Díaz  llega a los ochenta con más de cuarenta años de lucha trangresora. Su vida es dura, crece en una  familia que no responde al modelo del libro de lectura, muestra facetas que el patriarcado oculta: el abuso y el maltrato infantil consentido y negado; el engaño adulto para salvar la imagen del pater familia. En ella hay un posicionamiento intelectual y  político, actúa ex profeso, con deliberación. Quiere ser lo que le han prohibido o limitado desde siempre. Crecer en tanto sujeta pensante, denunciar injusticias, romper estereotipos, indagar en las causas y consecuencias del patriarcado. Vivir la sexualidad sin aceptar el retiro que se le impone a las viejas. Escandalizar con conductas revulsivas. Hacer lo que se acepta que hagan los hombres ancianos y produce repulsión cuando se trata de una anciana. Se hace estéticas, cuida su cuerpo, estudia, escribe, enseña, actúa. Es una adelantada en la configuración de un envejer femenino adecuado al incremento de la esperanza de vida, una precursora en la construcción de la senescencia desde el feminismo.

                                   

Heterogeneidad de los envejeceres femeninos

Simone de Beauvoir sostiene: “La vejez no es sólo un hecho biológico, sino un hecho cultural.” (2018:20). Walter Giribuela, basándose en el paradigma del curso de la vida, entiende la vejez como el producto de toda una vida en la que se articulan biografía e historia. Y es a través de dichas trayectorias que se puede comprender la heterogeneidad del proceso de envejecer, en su doble dimensión: estructural e individual. La vejez no es unívoca. La realidad da cuenta  de un amplio abanico de formas de transitarla. Las vejeces  de hoy no sólo replican lo que la sociedad fija y espera para ellas, también están las otras, las gestadas o en vías de serlo, a partir de los avances logrados por los movimientos feministas. Muchas de sus luchas basadas en dos valores cruciales, igualdad y  libertad, se han constituido en derechos adquiridos y reconocidos por la sociedad. Más allá de que su cumplimiento sea heterogéneo, desigual y no siempre  materializado en la realidad. La lucha de las mujeres no cesa ni da tregua a los defensores del status quo patriarcal.

La historia del patriarcado es milenaria, pero es con el advenimiento del capitalismo que se asignan roles de género con la finalidad de garantizar la reproducción de la fuerza de trabajo, siendo la familia patriarcal y heterosexual la institución garante de la misma. El género como dispositivo de poder opera como productor y regulador de la vida social y de la subjetivización, tanto a nivel macrosocial como en los procesos psíquicos, conductuales e identitarios de normalización de los sujetos. Según Foulcault, opera subordinando a las mujeres al rol de la reproducción y al hombre al de trabajador asalariado. En este contexto de tensión entre lo instituido y lo instituyente, de recomposición de roles y expectativas  respecto de la mujer desde  niña  hasta  adulta, las mujeres en proceso de envejecimiento no han logrado  la reconfiguración del estereotipo tradicional. El feminismo debe implicarse con este colectivo social y encarar la reformulación del envejecer femenino.

“Unspoken”, 2019. Collage de la serie Sueños y Sombras de Rosa Ferrer Reglà.

 Un aspecto poco desarrollado es el de la sexualidad femenina en la vejez. Dice Beauvoir: “Ni la historia ni la literatura nos han dejado testimonio valedero sobre la sexualidad de las mujeres de edad. El tema todavía es más  tabú que la sexualidad de los viejos del sexo masculino.” (2018:413). Para esta autora, la razón radica en que esta sujeta sufre hasta el fin su condición de objeto erótico. El retiro no le es impuesto por lo fisiológico, sino por su condición de ser relativo. Una mujer se sobresalta siempre cuando se oye llamar vieja por primera vez. ¿De cuánto, abuela?, me dijo el chófer en tono impaciente. Miré para atrás pensando que le hablaba a otra persona. No lo podía creer, se dirigía a mí; sentí horror, bronca y la autoestima derrumbada.

Más allá de esta primera impresión, al reflexionar pude separar la paja del trigo y comprender que lo que más me disgustaba era la despersonalización que implicaba en este caso el “abuela”. Esther Díaz lo expresa con claridad meridiana, “se nos convierte en un apéndice de la familia”. No sólo eso, es la continuidad natural del rótulo empleado en la mujer joven o adulta, “mami” o “madre”. Como forma de circunscribirla al ejercicio del  rol primordial de una mujer en edad fértil, la reproducción y la maternidad. Menopaúsica ya, el madre, madrecita, mamita no encajan, pero, si se ha  cumplido con lo esperado,  ahora cabe el abuela.

A mi madre le molestaba y yo me reía; ahora me toca a mí. ¿Por qué me incomoda?, si soy una  abuela asumida y feliz de serlo. No es el término, es su uso por quienes le asignan una connotación homogeneizante y subalterna. Políticos, comunicadores sociales y gente común coinciden en el empleo y en el tono, condescendiente, a veces, irónico, otras, las más, de subestimación. Nos perciben como un colectivo social asimilado con enfermedad, retiro y pasividad; manipulables, gagás, conservadoras, carentes de proyectos, deseos y pasión; trastos arrinconados a la espera del descarte. No es obligación ser abuela, infinidad de mujeres no lo son,  porque no pudieron ellas o sus hijos, o porque nunca lo desearon. Es erróneo equiparar ancianidad con abuelaje. Las vejeces femeninas de hoy, diversas y diferentes, de un modo u otro han tomado el legado del sistemático y progresivo proceso de liberación del colectivo femenino.

                                                  

Experimentar el envejecer

El espejo fue el primero en alertarme del paso de los años. Después el cuerpo comenzó a quejarse con dolores y fatigas. Cuando las miradas de los hombres dejaron de percibirme como objeto de deseo, llegó la crisis. La contradicción entre físico, mente y espíritu se tradujo en un conflicto existencial semejante al vivido durante la adolescencia. Semejante, pero no igual. Entonces, experimenté el vértigo de crecer y el temor de abrirme al futuro; un horizonte amplio y diverso me instaba a tomar decisiones, a elegir rumbos y, si era necesario, a crear nuevos. Tenía toda la vida por delante.

Ahora transitaba la etapa de cierre, con un final ineluctable, la muerte. El reto era ¿cómo vivirla? Vislumbré encrucijadas entre caminos que no me satisfacían. Yo no encajaba en lo que esperaba la sociedad de mí; la pasividad no era lo mío; reemplazar el cuidado de hijos por nietos, tampoco; participar de encuentros y salidas organizados para abueles jubilades, menos. Viajar en tours con todo pre fijado, recorridas a vuelo de pájaro, con cicerones indicando qué ver y dónde sacar las panorámicas, me horrorizaba.

Mi espíritu septuagenario no se doblega, la pasión persiste. Pañuelos blancos y verdes me convocan. Las ganas de saber y descubrir el mundo con la compleja humanidad que lo habita, no cejan. Sigo siendo un ser pensante, sexuada, infractora de estereotipos que quisieron  imponerme por ser mujer. Las sesentistas del siglo XX pugnamos por ser visibilizadas y considerardas portadoras no sólo de limitaciones, sino también de potencialidades diferentes, no excentas de vitalidad y proyección social.

Las imágenes fotográficas de los collages que dialogan con este ensayo son cortesía de su autora, Rosa Ferrer Reglà.

Imagen de portada:

«Sueños y Sombras», 2018. Collage de la serie Sueños y Sombras de Rosa Ferrer Reglà.

Referencias bibliográficas

Barck de Raijman, R. y Wainerman, C. (1987). “Sexismo en los libros de lectura de la escuela primaria”, Buenos Aires, Ediciones del IDES.

Beauvoir, S. (2018). La vejez, Buenos Aires, Penguin Random House Grupo Editorial.

Foucault, M. (2003). La voluntad del saber, tomo I de Historia de la sexualidad, Buenos Aires, Siglo XXI Editores.

Galende, E. (2001). Sexo y amor: anhelos e incertidumbres de la intimidad actual, Buenos Aires, Paidós.

Giddens, A. (2001). Género y Sexualidad, en La enseñanza de las ciencias naturales en la escuela primaria, Argentina, Secretaria de Educación Pública.

Lagarde, M. (1996). “El género”, en Género y feminismo. Desarrollo humano y democracia. Madrid, Editorial Horas y Horas.

López Pardina, T. (2012) “De Simone de Beauvoir a Judith Butler: el género y el sujeto”, en Pasajes: Revista de pensamiento contemporáneo, Nª 37.

Puig, M. (2019). Cae la noche tropical, Buenos Aires, Grupo Editorial Planeta.

Bío de la autora del ensayo

Hija de padres muy andariegos, María Luisa Maneiro nació en Santiago de Chile en 1946. Antes de que cumpliera el primer año de vida, la familia retornó a la Argentina. Desde los cuatro vive en Berazategui. Es licenciada y profesora de Sociología. Su principal actividad fue la docencia, desde el nivel primario hasta el universitario. Supervisó programas de salud sexual de los adolescentes y acompañó la implementación de la  Educación Sexual Integral. Como trabajadora social acompañó proyectos de educación popular para promotoras comunitarias en el conurbano. Actualmente  estudia la Licenciatura en Artes de la Escritura en la Universidad de las Artes, experimentando, a los setenta y cinco, la satisfacción de concretar un anhelo postergado,  pero siempre vigente.

Bío de la artista visual

Rosa Ferrer Reglà. Barcelona, 1978. Arquitecta (ETSAB) y Terapeuta Gestalt (IGB). Profesora del Grado en Arte y Diseño de la Escuela Massana de Barcelona, dedicada a la docencia desde 2007. Amante de los animales y artista por vocación, dirige el «Projecte Atena» (Arte, Pedagogía y Terapia) que acaba de mudar su sede a un pequeño y hermoso pueblo del Alto Ampurdán (Girona).

Vistos 1,085 total views

Plural: 2 Comentarios Añadir valoración

  1. Elba Susana Blanco dice:

    si existe la totalidad HUMANO-HUMANA , el sistema envolviendonos y sujentandonos.
    Atraviesa «las culturas», abre ojos, aclara sentires, reconocerlo duele y alegra……GRACIAS a la autora y a la publicacion

    Las ilustraciones bellas, intensas, ensamblan de manera magnifica con el texto, felicitaciones a la artista.

  2. María Angélica Riquelme dice:

    excelente artículo, coincido plenamente en el planteo que desde los movimientos feministas no se han abordado estos procesos, qué implica envejecer para esta sociedad patriarcal y capitalista; cuáles son los tópicos que hay que poner en tensión, cómo removemos esos mandatos en la vida de las mujeres, etc. Indudablemente a través del arte y la palabra se ha ido deconstruyendo y desnaturalizando aquello que parecía lo dado, lo inamovible..
    El camino no es fácil, pero vale las penas y vale las lágrimas de tantas y tantas mujeres que nos han precedido.

Responder a María Angélica Riquelme Cancelar la respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *